miércoles, 15 de mayo de 2019

Para empezar, una partida


Empiezo este blog con la duda de saber si mantendré la constancia necesaria para que merezca la pena su lectura y la certeza de que llego muchos años tarde:¡cuántos son los libros que esperan amontonados en las estanterias de casa con dobleces en aquellas páginas que contienen pasajes que me impresionaron en su momento y que nunca he vuelto a releer!
La intención, al iniciar este blog, es subsanar en lo posible esa tardanza y facilitar esa relectura y con ello, sorprenderme y reflexionar sobre el momento y el porqué de la atracción que me provocó cada párrafo en su momento.
Para empezar, ¿qué mejor que hacerlo con un párrafo de "Novela de ajedrez" de Stefan Zweig en que, precisamente, se refleja la pasión por los libros y la lectura.
Se trata del momento en que el protagonista principal, el señor B, explica la emoción que le embargó cuando, tras unos meses de cautiverio, vio la posibilidad de hacerse, de manera clandestina, con un libro.
"Y de pronto, mi mirada quedó prendida en otra cosa. Había descubierto que uno de los bolsillos laterales de uno de los capotes tenía una protuberancia, como si tuviera dentro algún objeto. Me acerqué más y me pareció reconocer por su forma cuadrada lo que contenía aquella protuberancia:¡un libro! Mis piernas empezaron a flaquear. ¡UN LIBRO! Hacía cuatro meses que no tenía un libro en las manos y ahora, la sola idea de un libro con palabras alineadas, renglones, páginas y hojas, la sola idea de un libro en el que leer, perseguir y capturar pensamientos nuevos, frescos, diferentes de los míos, pensamientos para distraerse y para atesorarlos en mi cerebro, esa sola idea era capaz de embriagarme y también de serenarme. Mis ojos quedaron suspendidos de aquel bulto que formaba el libro en el bolsillo, como hipnotizados, con una mirada tan ardiente como si quisiera perforar el tejido. Finalmente no me pude controlar mi avidez; involuntariamente me fui acercando. Sólo con pensar que podía tocar un libro con las manos, aunque fuera a través de la ropa del bolsillo, ya me ardían los dedos hasta la raíz de las uñas. Casi sin darme cuenta fui acercándome cada vez más. Por fortuna, el guardián no se dio cuenta de mi comportamiento, sin duda bastante extraño; quizás le parecía natural que una persona que había estado de pie durante dos horas quisiera apoyarse un poco en la pared. Ahora había llegado ya al lado mismo del capote y eché las manos a la espalda para poder palparlo sin llamar la atención. A través de la ropa conseguí percibir, en efecto, una cosa cuadrada, una cosa flexible y que crujía levemente:¡un libro! Y una idea me atravesó el cerebro como un relámpago:"¡Róbalo!¡Tal vez lo consigas y puedas esconderlo en la celda y después leer, leer leer, por fin volver a leer!"

Finalmente, el recluso consigue hacerse con el libro y llevarlo a la habitación del hotel donde lo está retenido y sometido a interrogatorio desde hace cuatro meses: "¡Qué instante inolvidable sin embargo cuando pude introducirlo en el infierno de mi habitación!¡Solo por fin y sin embargo, nunca más completamente solo!" (pág 57. Editorial Acantilado)

A pesar de la comprensible euforia que embarga al protagonista, ésta se ve enseguida, mitigada.  En efecto, si en un inicio se dice a sí mismo que poco le importa a qué género pertenezca el libro sustraído e incluso, se deleita en demorar su lectura, cuando finalmente decide a abrir el volumen, es fácil comprender su desencanto: ¡se trata de una recopilación de las mejores partidas de ajedrez de la historia! Juego del que, por otro lado, desconoce todas las reglas... Sin embargo, si he escogido el término "mitigada" para definir lo que sucede con su euforia inicial, ha sido con plena conciencia ya que el señor B, como tiempo y tesón no le faltan, consigue finalmente, convertir este desencanto inicial en una fuente de placer: a pesar de su complejidad y de su aparente "inutilidad" también la lectura de este libro puede salvarle.
Poco a poco, irá descubriendo los entresijos del juego y sus claves hasta el punto de llegar a memorizar todas esas partidas. Ello, sin embargo, le empuja a ir un paso más allá y es que, memorizadas ya todas las partidas, si no quiere caer en la locura, debe realizar un nuevo esfuerzo: aprender a imaginar nuevas partidas. Nuevas partidas, donde lógicamente, él debera ser su propio contrincante, colocarse a ambos lados del tablero. Es en ese momento del relato cuando Zweig nos presenta una intersante reflexión sobre el juego del ajedrez y la especial tesitura en que se encuentra el protagonista.
" Había de procurar jugar conmigo mismo, o mejor aún contra mí mismo.
" Yo no sé si usted se habrá parado alguna a pensar en la disposición mental con que se aborda este juego de juegos. Por poco que haya pensado usted en ello, habrá comprobado, sin embargo, qu en el qjjdrez, al ser un puro juego del pensamiento, desligado por completo del azar, es lógicamente un absurdo querer jugar contra uno mismo. Al fina y al cabo, el único encanto del ajedrez reside precisamente en el despliegue diferente de una estrategia en dos cerebros, en el hecho de que no sepan las negras cuál será la maniobra correspondiente de las blancas en esta guerra del intelecto, en tener que adivinarlo e interponerse, y para las blancas, el adelantarse a las secretas intenciones de las negras y contrarrestarlas. Si una misma persona jeuga con las blancas y con las negras, se produce inetonces una situación incongruente, en donde un mismo cerebro ha de saber y al mismo tiempo, no saber; ha de ser capaz de olvidar completamente cuando juega con las negras lo que quería y pretendía cinco minutos antes cuando jugaba con las blancas. Un doble pensamiento como éste, presupone en ralidad una escisión absoluta de la consciencia, una capacidad de enfocar y desenfocar el cerebro como si fuese un aparato mecánico; querer jugar contra uno mismo representa, en defintiva, una paradoja tan grande en ajedrez como querer saltar sobre la propia sombra"